Aletheia, Filosofía

martes, 5 de agosto de 2008

La pregunta por el ser...¿sólo una cuestión ontológica?

Maximiliano Basilio Cladakis

La “cuestión Heidegger” es, minimamente, una cuestión complicada. Por un lado, el autor de Ser y tiempo fue uno de los filósofos más grandes e influyentes del siglo XX. Por otro, estuvo afiliado al partido nacional-socialista, siendo, más que nada en los primeros años del Reich, un miembro activo en él, un militante. Esta situación nos hace replantearnos muchas cosas a quienes nos dedicamos a la filosofía; nos hace replantearnos nuestra disciplina, las ideas sobre la influencia o no influencia de ella en el devenir histórico, el poder de la palabra del intelectual; nos hace replantearnos, en definitiva, acerca de quienes somos nosotros realmente, ya no cómo “filósofos” sino antes que nada como individuos, como seres humanos, puesto que la manera en que nos enfrentemos a esta cuestión decidirá aquello que somos en el fondo más íntimo de nuestro ser.

Hay quienes intentarán resolver la cuestión apelando a la diferencia “ontológica” entre el Heidegger “hombre” y el Heidegger “filósofo”. En efecto, el que incurriría en el “error” del nazismo sería el primero, el “individuo”, el “mortal”, mientras que el “filósofo” estaría a salvaguarda de las críticas, su obra se mantendría impoluta frente al “barro” del nacional-socialismo. “Heidegger se dedicaba a la ontología”, podría decirse, “sus posiciones políticas no menoscaban en lo más mínimo la grandeza y lucidez de sus investigaciones”. Tal vez decir esto de Parménides, de Tomás o de Leibnitz, pueda ser válido; pero en el caso de Heidegger, no lo es; pues es el mismo Heidegger quien en las lecciones dadas entre los años 1935 y 1936 (lecciones publicadas en forma de texto más de quince años después) se encargará de vincular la “íntima verdad y grandeza del ser” con la “íntima verdad y grandeza” del nacional-socialismo.

Cuando alguien que se dedica a la filosofía lee por primera vez Introducción a la metafísica es casi imposible que no se sienta embargado por una especie de espasmo, por la sensación (casi certeza) de que en la tinta que impregna las páginas que sostienen sus manos se manifiesta una especie de revelación sólo accesible a unos pocos. En la primera página del texto, se plantea la pregunta más filosófica de cuantas pueda haber, la más filosófica y la más “apolítica” también: ¿Por qué es el ente en general y no más bien la nada? Así comienza la obra, así comienzan estas lecciones de aquel a quien alguien llamaría el “maestro de Alemania”.

Hemos dicho que la pregunta acerca del ente era la más apolítica. En efecto, Heidegger siempre renegará de las lecturas políticas de sus obras; a él, dirá, sólo le interesa e interesó la cuestión del ser. Incluso cuando en una entrevista realizada en 1966 se le cuestiona acerca de su compromiso político con el nazismo, responde que tal compromiso fue un episodio más en la historia de la metafísica. Sin embargo, en el texto que arriba mencionamos, la cuestión política se inmiscuye en la ontológica, quiéralo o no, Introducción a la metafísica es un texto absolutamente político, absolutamente político, dijimos, y también, y por sobre todo, absolutamente ideológico.

Heidegger sostiene que la pregunta por el ser es aquello en lo que se funda Occidente; el ser mismo de Occidente, pues, tiene un origen ontológico, origen que se remonta a Grecia, donde como en el poema de Parménides, el ser se develó de manera originaria, en su verdad, en su plenitud. Con todo, dicha plenitud inició con la metafísica un proceso de ocultamiento que llega a su punto cúlmine en la modernidad; en este periodo histórico la primacía del ente por sobre el ser hundió a este en un olvido total. La modernidad, por tanto, representa la decadencia de Europa y los síntomas de dicha decadencia son “el oscurecimiento del mundo, la huída de los dioses, la destrucción de la tierra, la masificación del hombre, la sospecha insidiosa contra todo lo creador y libre (…)[1]. Heidegger anuncia, como un profeta del Antiguo Testamento, que se corre un riesgo muy grande; la palabra que emplea es fuerte, apocalíptica, desmedida: “aniquilación”; Europa, Occidente, se encuentran frente a la posibilidad de la aniquilación.

Sin embargo, (al igual que todo profeta) el pensador alemán plantea una posibilidad de “salvación” y es en está posibilidad donde se presenta lo ineludiblemente político, comprometido, aquello a lo que sólo puede ignorársele obrando (como diría Sartre) de “mala fe”. Heidegger sostiene que la única forma de evitar la “aniquilación” es repitiendo de manera originaria la pregunta por el ser ¿Dónde está lo político en esto? Pues bien, lo está en que dicha pregunta es, para él, tarea de Alemania, la cual se presenta como la única “salvación” para Occidente. “Justamente, si la gran decisión de Europa no debe caer sobre el camino de la aniquilación, sólo podrá centrarse en el despliegue de nuevas formas histórico –espirituales, nacidas en el centro[2]”. Alemania, el centro de Europa, se encuentra en medio de la “tenaza” conformada, por el este, por el comunismo soviético; por el oeste, por el mercantilismo americano; sólo en ella existe la posibilidad de “frenar” la aniquilación.

¿Hace falta aclarar que la Alemania que debe salvar a Occidente no es otra que la Alemania nazi? El mismo Heidegger dice que el nazismo es aquello que dará el arraigo al hombre en la época de la “aniquilación” del mundo, que en eso reside su “íntima verdad y grandeza”. Ahora bien ¿es tan “pura”, entonces, la ontología heideggeriana? ¿Es tan inmaculada como el mismo Heidegger pretende? ¿No es, al menos en este texto, un discurso legitimador de un orden político determinado? Más aún ¿no es el discurso legitimador absoluto ya que hace uso no de las leyes de mercado, ni del biologicismo, ni de las relaciones de producción, sino del más universal y absoluto de todos los conceptos, es decir, del ser? Decir esto es temerario, pero ¿no son más temerarias las palabras de Heidegger, pronunciadas entre 1935 y 1936, cuando el Terror, la tortura y las políticas raciales era una moneda corriente en la Alemania que debería de traer la “salvación”?

No se nos malentienda; no se trata de juzgar al Heidegger “hombre” (este pudo haberse “confundido” y luego “arrepentido”; o tal vez haya mantenido hasta sus últimos días la fe en el carácter “redentor” del nacional-socialismo; igualmente ninguna de estas posibilidades nos interesa); de lo que se trata es de comprender el valor histórico de una obra en relación a su contexto; qué legitima y qué excluye, de que “lado” del conflicto se ubica, a quien apoya, a quien favorece. No hacer esto implica caer en el corporativismo intelectual en donde la filosofía sólo es cuestión de filósofos o el arte una cuestión de artistas, donde las diferencias entre Marx y Nietzsche son meras diferencias técnicas, donde la toma de partido del primero por el esclavo y del segundo por el amo representan pura y exclusivamente un problema ontológico.

Toda obra surge de un contexto histórico determinado y se encuentra arraigada, por tanto, en un determinado mundo cultural. Dicho arraigo implica siempre un posicionamiento con respecto a los fenómenos sociales y políticos. Si en el análisis de ningún texto puede obviarse esto; mucho menos se lo podrá hacer en uno que toma posición con respecto al capitalismo, al nazismo y al comunismo. De la misma manera, mal que les pese a muchos, el silencio o no sobre estos temas, es también una toma de posición. La desideologización es también una ideología.
[1] Martin, Introducción a la metafísica, trad: Estiú, Emilio, Nova, Buenos Aires, 1956, p. 55.
[2] Ibíd., p. 74.